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La llamada del Jefe

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El Papa Francisco

El Papa Francisco

                Debió de ser digna de ver la cara del Obispo de Granada cuando su secretario le indicó que tenía al Papa al teléfono y que quería hablar con él.

                Francisco, tras recibir la carta de un joven de Granada, víctima de un grupo de sacerdotes pederastas, no se conformó con pedirle que fuera a ver a su Obispo, sino que llamó personalmente a este último, no fuera cosa que volviera a despachar al joven con buenas palabras, y solicitándole rezos y oraciones por el alma de sus verdugos.

                De todas las desviaciones y depravaciones sexuales que puede haber, realmente la pederastia es la peor de todas porque hace presa de un inocente, que no sólo no puede dar su consentimiento sino que está sometido a una insoportable condición de inferioridad y dominio.

                Y si añadimos al agresor la condición de sacerdote, acabamos por hundirnos en un pozo de horror porque el sacerdote no sólo está comprometido con su celibato, sino que es particularmente consciente de la gravedad del pecado de escándalo, especialmente cometido contra los niños.

                Está claro que la condición de pederasta no distingue profesiones y estrato social. También es cierto que desde determinadas posiciones ideológicas se ha puesto el foco en aquellos escándalos protagonizados por curas o religiosos, hasta el punto de que se ha creado la imagen de una Iglesia podrida e infestada por esta perversión. Pero también es verdad que, durante muchos años, el disimulo, el silencio y la ocultación han predominado sobre las soluciones y la respuesta enérgica.

                 Del runrún solapado, del murmullo de dolor silenciado durante años, de los curas apartados de sus destinos y mandados a “reflexionar”, se ha pasado a un estallido de denuncias, de testimonios desgarrados y de vidas amargadas y destruidas. El mundo tomaba conciencia del drama de la pederastia, y la Iglesia iba arrastrando los pies, reaccionando con desesperante lentitud, como llevada del ronzal de la indignación pública.

                El Papa emérito Benedicto XVI, con su aspecto frágil, inició una batalla que resultó más ardua de lo que desde fuera puede parecer. Al diluvio de casos y testimonios se unió la experiencia de la miseria humana, la consciencia del mal arraigado en la Iglesia, y las resistencias e intrigas de quienes debieran estar luchando a su lado. La soledad del Papa y el cansancio humano le movieron, entre otras cosas, a retirarse y dar paso a otro que pudiera terminar el trabajo.

                Francisco parece estar resuelto a extirpar este terrible cáncer. Tiene claro que la pederastia no sólo es un pecado horrible, sino un delito castigado en el código penal y que, por tanto, no son suficientes las penas eclesiásticas, sino que los curas pederastas deben ser denunciados e irán a “reflexionar” a la cárcel, y que los Obispos, como responsables de su Diócesis y representantes del Papa en cada una de ellas, tienen que ponerse seriamente las pilas y actuar con energía y eficacia, buscando no sólo el consuelo de las víctimas, sino el castigo de los culpables, y la prevención activa de nuevos casos.

                La llamada del Jefe es también una llamada para todos nosotros. Una apelación fuerte a nuestra rectitud de conciencia, a un comportamiento ético; un espaldarazo de ánimo para una actitud vigilante, la denuncia y la acción; y, si uno es cristiano, una exhortación para la oración y la plegaria por la santidad de la Iglesia. Ojalá que todos la escuchemos.

Joaquín Bueso

Written by dirección activa

noviembre 28, 2014 a 2:28 pm

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